miércoles, 9 de diciembre de 2015

INGENIERÍA INTERIOR


Ingeniería interior
Los caminos del corazón no siempre son rectos. A veces se presentan intenciones torcidas, impurezas y malquerencias. Es preciso enderezar esos caminos: rectificar las intenciones, purificar los afectos, corregir las malas inclinaciones.


Por: Alejandro Ortega Trillo | Fuente: Catholic.net 




Jorge Valdés fue líder del narcotráfico mundial en los años setenta. A los veintitrés años ganaba tres millones de dólares mensuales. Pronto tuvo mansiones, barcos, aviones privados, armas y todo el placer que quiso. Un día lo capturaron y encarcelaron. Tras años de prisión y una profunda conversión espiritual, Jorge resume hoy su experiencia con estas palabras: «el ser humano viene a la tierra con un “hoyo” dentro de sí, que nada puede llenar; sólo Jesucristo». 


Para rellenar ese hoyo, Juan Bautista sugiere una obra de ingeniería. Consiste en mejorar los caminos del corazón para que Jesús pueda entrar y caminar con plena libertad. Según el profeta Isaías, a quien Juan cita, la obra consta de cuatro trabajos: rebajar los montes, rellenar los valles, enderezar lo tortuoso y allanar lo áspero.


Es frecuente que, con el paso del tiempo, se vayan formando montañas de orgullo, vanidad y autosuficiencia en nuestro corazón, haciéndolo intransitable. El orgullo consiste en creerse o sentirse más que los demás; la vanidad, en preocuparse excesivamente por la propia imagen; y la autosuficiencia, en una actitud de excesiva autonomía, independencia e individualismo. Para rebajar los montes y colinas hay que trabajar en la humildad. Hay que echar mano de poderosas excavadoras, como son la mansedumbre, la sencillez y la apertura a los demás. 


Un valle es una depresión topográfica. Los «valles del corazón» son la tristeza, la frustración, la insatisfacción y los complejos. Rellenar los valles significa trabajar en la ilusión, en la alegría, para no permitir que las adversidades agrieten nuestro interior. Es cierto que los ríos de la vida, que arrastran de todo, erosionan y hieren el corazón. Con la ayuda de la gracia, sin embargo, podemos siempre rellenar esas hendiduras, sanar esas heridas. 


Los caminos del corazón no siempre son rectos. A veces se presentan intenciones torcidas, impurezas y malquerencias. Es preciso enderezar esos caminos: rectificar las intenciones, purificar los afectos, corregir las malas inclinaciones. Sólo los puros «verán a Dios», dice la bienaventuranza. Un corazón puro es de una pieza, nítido y transparente; es un corazón sin repliegues ni complicaciones ni enredos. 


El último trabajo de ingeniería que requiere el corazón es «allanar los áspero». Las asperezas se muestran en el trato y la cara que damos a los demás. A veces somos rudos, desconsiderados, impacientes y secos. Otras veces, nos dejamos llevar por la ira, el rencor o la sed de venganza. La ingeniería interior tiene como objetivo dulcificar el corazón; aplanarlo para hacerlo más suave y bondadoso. La Navidad suele ser un tiempo de mayor convivencia familiar. Conviene cuidar de modo especial las palabras y el trato mutuo para crear un ambiente de armonía y cariño. 


Obviamente, esta obra de ingeniería interior resulta imposible sin la ayuda del Espíritu Santo. Para nuestra fortuna, Él ya está trabajando; de día y de noche, y con maquinaria pesada. No nos desalentemos si sentimos que la obra es demasiado grande y nuestro progreso, demasiado lento. Invoquemos al Espíritu Santo, el gran artífice de nuestra santificación, para que, con su ayuda, terminemos la obra a tiempo y logremos un corazón bien dispuesto para recibir al Señor.


María es experta en obras y trabajos del corazón. Ella, como buena madre, conoce muy bien el nuestro y sus necesidades. Encomendemos a Ella esta obra interior. Especialmente en la inminencia del inicio del Jubileo Extraordinario de la Misericordia. Sintamos la presencia de aquella que es la Madre de la Misericordia. Ella intercede por la conversión de cada uno de sus hijos y dirige, como buena ama de casa, todos los trabajos del corazón.

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