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martes, 22 de diciembre de 2015

PAPA FRANCISCO: QUIEN CRUZA CON AMOR LAS PUERTAS SANTAS ENCONTRARÁ PERDÓN Y CONSOLACIÓN


Papa Francisco: Quien cruza con amor las Puertas Santas encontrará perdón y consolación





(ACI/EWTN Noticias).- El Papa Francisco aseguró hoy que quienes cruzan las Puertas Santas, abiertas con ocasión del Jubileo de la Misericordia, encontrarán perdón y consolación. Lo dijo durante su audiencia con los empleados de la empresa ferroviaria estatal italiana, Ferrovie dello Stato Italiane.

Ayer el Santo Padre abrió la Puerta Santa de la Caridad, en la principal estación de ferrocarril de Roma.

El Papa recordó los 110 años de historia y las importantes iniciativas solidarias que ha tenido la empresa estatal durante este tiempo. Entre ellas, el albergue de la estación romana de Termini, dedicado a Don Luigi Di Liegro, fundador de la Cáritas de la Diócesis de Roma.

La primera piedra de este albergue fue bendecida por Benedicto XVI en 2010.



Francisco expresó su deseo de que el recién iniciado Año Santo de la Misericordia nos enseñe el valor de la acogida a las personas sin techo, así como “imprima en nuestra mente y en nuestros corazones que la misericordia es la primera y verdadera medicina para el hombre, de la que cada uno tiene urgente necesidad”.

El Papa pidió también que “Italia y todos los países del mundo sean lugares de redes solidarias, auténticamente humanos, capaces de alegrarse con el amor de Dios y de la comunión mutua”.

“Esto es precisamente lo que nos recuerdan las Puertas Santas, que en estos días se abren en todas las diócesis del mundo: el que las cruza con amor encontrará perdón y consolación y estará impulsado a donar y donarse con mayor generosidad, por su propia salvación y por la de los hermanos”, señaló.

Francisco exhortó a dejarnos “transformar por el momento en que pasamos esta puerta espiritual, de forma que marque interiormente nuestra vida”.

“Dejémonos involucrar por el Jubileo de la Misericordia –todos tenemos necesidad de un poco de misericordia– de forma que podamos renovar el tejido de nuestra sociedad, haciéndola más justa y solidaria”, dijo.

Todo esto especialmente en medio de “esta III guerra mundial que ha estallado a pedazos, que estamos viviendo”.

viernes, 18 de diciembre de 2015

JESUCRISTO ES EL ROSTRO DE LA MISERICORDIA DEL PADRE - DOCE MUESTRAS DE LA MISERICORDIA DIVINA


Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre
Doce muestras de la Misericordia Divina

Paciente y misericordioso es el binomio que a menudo aparece en el Antiguo Testamento para describir la naturaleza de Dios.





Dice el Papa Francisco que la misericordia del Dios invisible se ha hecho visible en Jesús. Por ello inicia su Carta Apostólica El rostro de la misericordia afirmando: “Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre”(MV1). Así pues, vale la pena dedicar este Año Santo a reflexionar sobre la manera en que Jesús nos manifiesta Su misericordia, no sólo para ser conscientes de ella, agradecerla y disfrutarla, sino también para aprender a ser misericordiosos como Jesús.

Para ello puede ayudarnos considerar las siguientes muestras de Su misericordia:


1. Jesús se hizo hombre (ver Jn 1,9-14; Lc 1,28; Heb 2, 18; 4,15; Flp 2, 5-7)
Por amor a nosotros renunció a los privilegios de Su condición divina para venir a salvarnos. Nos acompaña, nos comprende y nos da ejemplo de cómo vivir. Aprendamos de Él y animemos a otros a imitarlo.

2. Jesús no trajo Su Reino (ver Mc 1,14-15; 4,30; Mt 4, 23a; 13).
Jesús nos invita a edificar, habitar y anunciar Su Reino de amor, paz, justicia, verdad y perdón, y ¡no deja a nadie fuera de esa invitación!

3. Jesús nos dio Su Palabra (ver Mc 6, 34: Jn 17, 6-8).
Escuchemos y animemos a otros a escuchar a Jesús, que tiene siempre palabras que nos iluminan, reconfortan, fortalecen, dicen lo que necesitamos escuchar.

4. Jesús nos perdona (ver Lc 5,20-25; 15; 23,34; Jn 3, 16-17).
No importa qué tan bajo caigamos, Jesús nos perdona. Dice el Papa Francisco que Dios nunca se cansa de perdonarnos. Aprovechemos este Año Santo para reconciliarnos con Él y animar a otros a acercarse Él.

5. Jesús nos sana (ver Mt 8, 16-17; Lc 4, 40).
Dice san Francisco de Sales que Dios nos libra de los sufrimientos o nos da la fuerza para superarlos, y siempre podemos unirlos, y animar a otros a unirlos a los Suyos para hallarles sentido redentor, aceptarlos con gratitud y ofrecérselos con amor.

6. Jesús nos dejó Su Presencia Real en la Eucaristía (ver Mt 26, 26-28; Mc 14, 22-24; Lc 22, 19-20).
Quiso quedarse oculto en la Hostia Consagrada para que podamos contemplarle y recibirle, y nos apuntale el corazón para amar como Él nos ama. Este Año Santo invitemos a otros a acompañarnos a Misa y a la Hora Santa.

7. Jesús nos encomendó a María y a la Iglesia (ver Jn 19, 25-27; Mt 16, 18-19).
Jesús nos compartió a Su Madre, quien con su ternura y poderosa intercesión vela por nosotros. Y nos dio la Iglesia, que nos integra a la familia de Dios, nos da Su gracia y nos encamina hacia la santidad. Amémoslas e animemos a otros a conocerlas y a amarlas.

8. Jesús murió en la cruz por nosotros (ver Jn 10, 11.17-18; 15,13; Lc 23, 44-46; Rom 5, 6-11).
Él, el Justo, pagó por los injustos. Asumió nuestros pecados y miserias y los redimió en la cruz. Consolémonos y consolemos a otros con esa certeza.

9. Jesús resucitó y nos invita a la vida eterna (ver Jn 11, 25-26; Lc 24, 1-8; Rom 5, 17-21).
Le abrió una salida a nuestros sepulcros. Y nos ama tanto que nos invita a pasar la eternidad con Él. Pongamos nuestra esperanza en los bienes del cielo, no en los de la tierra.

10. Jesús nos reitera Su amistad incondicional (ver Jn 15, 15; Rom 8, 35-39).
Gocémonos en sabernos amigos de Jesús e invitemos a otros a aceptar Su amistad.

11. Jesús nos da una vocación y nos confía una misión. (ver Mc 16, 14-18; Mt 28, 16-20).
Nos llama a amar y nos envía a ir de Su parte a anunciar al mundo la Buena Nueva del Reino, vocación y misión que todos podemos cumplir y que nos hace dichosos y plenos.

12. Jesús nos envió a Su Espíritu Santo. (ver Jn 20,22; Hch 2, 1-4; 10, 44-46).
Nos envió al Espíritu Santo que nos colma de dones, nos inspira, intercede por nosotros, es nuestro guía, nuestro Consolador.

DIEZ SANTOS QUE CUYO EJEMPLO AYUDARÁ A VIVIR EL JUBILEO DE LA MISERICORDIA


10 Santos que cuyo ejemplo ayudará a vivir el Jubileo de la Misericordia
Por María Ximena Rondón




 (ACI).- Una vez iniciado el Jubileo de la Misericordia el 8 de diciembre y que durará hasta el 20 noviembre de 2016, presentamos ahora una lista de diez santos cuyo testimonio alentará a vivir la misericordia durante este Año Santo.


San Juan Pablo II (1920-2005)

Soportó los estragos y las penas de la Segunda Guerra Mundial. Durante sus más de 25 años de pontificado, San Juan Pablo II tuvo un espíritu misionero. Realizó 104 viajes apostólicos fuera de Italia y 146 por el interior de este país.

Su amor por los jóvenes lo llevó a crear las Jornadas Mundiales de la Juventud. Promovió el diálogo interreligioso.

Uno de sus gestos más recordados fue pedir perdón por los pecados de la Iglesia en toda su historia.

Perdonó al turco Alí Agca que le disparó en la Plaza de San Pedro e incluso lo visitó en la cárcel.



Santa Faustina Kowalska (1905-1938)

A esta santa polaca, Dios le reveló el misterio de su misericordia que se tradujo en la Coronilla de la Divina Misericordia, cuya fiesta se celebra el segundo domingo de Pascua.

Sor Faustina tuvo una vida recogida de piedad y caridad. En el convento fue cocinera, jardinera y portera.

También consiguió un alto grado de unión con Dios y luchó por vencerse a sí misma y alcanzar la santidad.

El Señor le concedió a Sor Faustina revelaciones, visiones del cielo, el purgatorio y el infierno; el don de la profecía, la gracia de leer las almas y los estigmas ocultos.

 

Beata Teresa de Calcuta (1910-1997)

Esta beata de nacionalidad albanesa, pero de corazón indio fundó a pedido de Dios una congregación religiosa al servicio de los de los más pobres entre los pobres de la India.

Se dedicó a recorrer los barrios pobres,
visitó familias, lavó las heridas de los niños y ayudó a los olvidados, entre ellos los leprosos y los llamados “intocables”, la casta hindú más baja.

Recibió el premio Nobel de la Paz y al morir dejó una extensa obra que sigue acogiendo a los más pobres entre los pobres.


 
Santa María Goretti (1890- 1902)

Esta “pequeña y dulce mártir de la pureza”, como la definió el Papa Pío XII, creció en una familia pobre de bienes materiales pero rica en bienes espirituales.

A los once años Alessandro Serenelli, un joven socio de su familia intentó violarla y al ver que la niña se resistía el joven la apuñaló 14 veces.

Al saber que no iba a sobrevivir, María recibió los Sacramentos y antes de comulgar perdonó de corazón a su asesino y pidió estar con él en el paraíso.

Años después Alessandro se convirtió y pidió perdón a la madre de María.



Beato Miguel Pro (1891-1927)

Nació en una familia acomodada y tenía un gran sentido del humor. Fue al extranjero a estudiar en el seminario y cuando regresó a México se dio con la cruel persecución del gobierno contra los cristianos.

Empezó a celebrar misas y adoraciones al Santísimo clandestinas y se las ingeniaba para escabullirse de la policía. Se convirtió en uno de los líderes de la resistencia a la que contribuyó de manera pacífica, siempre bajo el lema “Viva Cristo Rey”.

El presidente Calles lo arrestó acusándolo falsamente. Antes de morir negó los cargos que le imputaban, se arrodilló para rezar y perdonó a sus enemigos.



Padre Pío de Pietrelcina (1887-1968)

Tuvo el don del discernimiento que le
permitió leer los corazones y las conciencias. Por ello muchos fieles se confesaban con él, una actividad a la que dedicaba muchas horas de su tiempo.

También recibió los estigmas.

Como respuesta a los estragos causados la Segunda Guerra Mundial, fundó los “Grupos de Oración del Padre Pío”. A su muerte estos eran 726 y contaban con 68 mil miembros.

El 5 de mayo de 1956 fundó junto a sus amigos la “Casa Alivio del Sufrimiento” con el fin de que los enfermos se recuperen física y espiritualmente.

Sus enemigos lo calumniaron y la Santa Sede le quitó la administración de su obra. El Padre Pío soportó con paciencia esta persecución hasta su muerte y mantuvo su amor y fidelidad a la Iglesia.


San Damián de Molokai (1840- 1889)

Este santo, llamado “el leproso voluntario” fue enviado como misionero a Hawái, donde casi la mayoría de los habitantes eran protestantes. Empezó a predicar con cariño y atendía
personalmente las necesidades de la gente. Así logró la conversión de muchos.
Después se dirigió a la isla de Molokai para atender a los leprosos, sabiendo que el contagio era prácticamente inevitable.

Les dio oportunidades de trabajo, fue el enfermero a los más abandonados, consiguió donaciones, reconstruía las casas derribadas por los huracanes e incluso fabricaba los ataúdes para los muertos.

Se contagió de lepra y murió en medio de su gran obra de caridad.



San Oliver Plunkett (1629-1681)

Este obispo irlandés se dedicaba a consolar a los afligidos, administraba los sacramentos y enviaba a un sacerdote cuando una parroquia estaba abandonada para que esta no caiga en la pobreza o la persecución.

Fue acusado falsamente por haber contratado a setenta mil irlandeses católicos para asesinar a todos los protestantes.

Estuvo detenido en la Torre de Londres, hasta ser declarado culpable y traidor. Asumió su propia defensa y antes de ser ahorcado perdonó a sus acusadores y asesinos. Murió pronunciando el “Miserere”.



San Pablo Miki (1597)

En medio de la persecución japonesa contra los misioneros en 1597, San Pablo Miki y otros 26 católicos fueron martirizados. Fue uno de los misioneros que no huyó del país y se escondieron pero los descubrieron y los masacraron en Nagasaki.

Antes de su martirio predicó que era japonés, jesuita y que moría con honor por haber predicado el evangelio y la verdadera religión de Dios.

Manifestó que perdonaba al rey y todos los que contribuían a su martirio. También pidió por su conversión.



Beato Carlos de Austria (1887-1922)

Desde joven fue muy piadoso y tuvo un inmenso amor por la Eucaristía.

Después de la muerte del emperador Francisco José, el 21 de noviembre de 1916, Carlos se convierte en emperador de Austria y el 30 de diciembre es coronado Rey apostólico de Hungría.

Durante su reinado, buscó establecer la paz en medio del contexto de la Primera Guerra Mundial y desarrolló su política interior basada en la enseñanza social cristiana.

Además fue el único líder político que apoyó al Papa Benedicto XV en sus esfuerzos por lograr la paz. Gracias a ello logró instaurar una transición a un nuevo orden sin guerra civil. Pese a ello fue desterrado a la Isla de Madeira (Portugal).

Ahí cayó enfermo y ofreció su sufrimiento como un sacrificio por la paz y unidad de los pueblos. Antes de morir perdonó a todos los que no le habían ayudado.

Expiró con la mirada puesta en el Santísimo Sacramento.

martes, 15 de diciembre de 2015

PAPA FRANCISCO ABRE PUERTA SANTA EN LA BASÍLICA DE SAN JUAN DE LETRÁN


FOTOGRAFÍAS DE PAPA FRANCISCO
ABRIENDO PUERTA SANTA EN LA BASÍLICA DE 
SAN JUAN DE LETRÁN

Queridos amigos, les ofrecemos unas imágenes de este domingo, cuando el Papa Francisco, obispo de Roma, abrió la Puerta Santa de su catedral, la basílica de San Juan de Letrán, y celebró la Santa Misa.



En su homilía, el Papa dijo, entre otras cosas:
"Hemos abierto la Puerta Santa, aquí y en todas las catedrales del mundo. También este simple signo es una invitación a la alegría. Inicia el tiempo del gran perdón. Es el Jubileo de la Misericordia. Es el momento de descubrir la presencia de Dios y su ternura de Padre.
Seamos también nosotros como la gente que interrogaba a Juan: «¿Qué cosa debemos hacer?» (Lc 3,10). La respuesta del bautista no se hace esperar. Él invita a actuar con justicia y a mirar a las necesidades de cuantos se encuentran en dificultad.
Lo que Juan exige de sus interlocutores, es cuanto se puede confrontar con la ley. A nosotros, en cambio, nos piden un compromiso más radical.
Delante a la Puerta Santa que estamos llamados a atravesar, nos piden ser instrumentos de misericordia, conscientes que seremos juzgados sobre esto.
Quien ha sido bautizado sabe que tiene un compromiso más grande. La fe en Cristo lleva a un camino que dura toda la vida: aquel de ser misericordiosos como el Padre.
La alegría de atravesar la Puerta de la Misericordia se une al compromiso de acoger y testimoniar un amor que va más allá de la justicia, un amor que no conoce confines. Es de este infinito amor que somos responsables, no obstante nuestras contradicciones."

















jueves, 10 de diciembre de 2015

LA HISTORIA DE LOS JUBILEOS

Historia de los Jubileos
El primer jubileo fue en 1300

La continua afluencia de peregrinos incentivó a Bonifacio VIII a convocar el Jubileo cada cien años y a promulgar la indulgencia plenaria


Por: Jubil2000, Sitio Oficial del Jubileo 2000 | Fuente: Jubil2000 



1300: El primer Jubileo de la historia

El primer Jubileo cristiano fue convocado por el Papa Bonifacio VIII en el 1300. Esta decisión dio nueva dimensión y significado a las peregrinaciones a Roma, hacia las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo. El inicio de un nuevo siglo había visto llegar a Roma a un excepcional número de peregrinos para venerar la más famosa de las reliquias romanas conservada en San Pedro, la de la "Verónica", que representa el rostro dolorido de Jesús en la Pasión,. La continua afluencia de peregrinos incentivó a Bonifacio VIII a convocar el Jubileo cada cien años y a promulgar la indulgencia plenaria. Un cronista de la época escribió con entusiasmo: "Desde los tiempos más antiguos no existió tanta devoción y fervor de fe en el pueblo cristiano".


1350: Un Jubileo sin el Papa

En el año 1343 una delegación de romanos fue a visitar al Papa Clemente VI en Aviñón, Francia, donde estaba en exilio desde 1309, para pedirle un Jubileo extraordinario en el año 1350, reduciendo así la periodicidad de los Jubileos, a sólo cincuenta años. El pedido se fundamentaba en la antigua costumbre hebrea, referida por el Levítico: después de cuarenta y nueve años el quincuagésimo (50) debe ser jubilar. Los romanos fueron impulsados a pedir un Jubileo, por el creciente clima de malestar que se había producido en la ciudad a causa de la prolongada ausencia del Papa. Se pensaba que el evento jubilar habría sido una ocasión oportuna para el regreso del Papa a su sede episcopal. Clemente VI convocó este Jubileo anticipado, concedió la indulgencia plenaria a cuantos fueran en peregrinación a las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo y, la novedad con relación al año 1300, es que se añadió la peregrinación a la Basílica de San Juan de Letrán. No obstante, por motivos políticos, el Papa no pudo ir a Roma.


1390: El Jubileo tiene una nueva periodicidad

La frecuencia de los Jubileos cambió después del año 1350 a causa del Gran Cisma de Occidente del año 1378, es decir, debido a un conflicto vinculado con la legitimidad de la elección del Papa. También para este Jubileo se cambió la frecuencia establecida. De hecho Urbano VI lo promulgó para el año 1390, a pesar de que su intención era introducir un nuevo período entre un Jubileo y otro: cada treintitrés años, en recuerdo de la vida de Jesús. Diversos fueron los motivos que llevaron a postergar este plazo. El Jubileo tuvo lugar en 1390 y fue celebrado por Bonifacio IX, sucesor del desaparecido Urbano VI. En este Jubileo se agrega Sta. María Mayor a las basílicas que los peregrinos deben visitar.


1400: La peregrinación penitencial

Bonifacio IX quiso que se celebrara también el Jubileo del año 1400 para respetar la periodicidad de cincuenta años establecida en el año 1350. La Iglesia estaba aún dividida ese año, entre Roma y Aviñón, donde reinaba un antipapa. Los cristianos franceses, españoles y una parte de los italianos no tomaron parte en la peregrinación jubilar porque sus reyes, adhiriéndose a la parte cismática de la Iglesia, no permitieron a sus súbditos que participaran en el Jubileo. Bonifacio IX extendió la visita para obtener las indulgencias, a las basílicas de San Lorenzo extramuros, Sta. María en Trastévere y Sta. María Rotonda, que así se añadieron a las cuatro basílicas mayores ya escogidas en los años precedentes. En el Jubileo del año 1400 se dio inicio a un nuevo tipo de peregrinación penitencial que, partiendo de diversas regiones de Italia septentrional, se dirigían a Roma bajo el lema "paz y misericordia".


1450: "El Jubileo de los Santos"

Este Jubileo fue abierto en la basílica de San Juan de Letrán, por Nicolás V, considerado el primer Papa humanista. La respuesta de los fieles a su convocatoria fue excepcional, tanto que este Jubileo se recuerda entre los que tuvieron mayor participación en la historia y como la última gran manifestación colectiva de la edad media. Roma fue puesta a dura prueba por la presencia de esa multitud de peregrinos, que provocó problemas de orden público, de sanidad y de abastecimiento. Ese Jubileo fue definido además, como el "Jubileo de los Santos", porque entre otros, estuvieron presentes en Roma, los futuros Sta. Rita de Casia y San Antonino de Florencia. Este último definió el Jubileo como: "El Año de oro", para indicar que después del cisma se había encontrado nuevamente la unidad de la Iglesia de Occidente


1475: El Jubileo comienza a llamarse también Año Santo

Desde el año 1475 los Jubileos se realizan cada veinticinco años. Sixto IV para hacer convergir todo el mundo católico a Roma suspendió, durante el período jubilar, todas las indulgencias plenarias fuera de Roma. Fue utilizada la nueva tecnología de la imprenta, descubierta en el año 1444 por Gutemberg: las Bulas jubilares, las instrucciones para la jornada del peregrino y las oraciones que se debían recitar en los lugares sagrados fueron presentadas, por primera vez, en modernos caracteres impresos. Por otra parte, a partir de este Jubileo, entró en uso la sencilla y significativa denominación de "Año Santo" que ha llegado hasta nuestros días. Sixto IV favoreció también la creación de muchas obras urbanísticas y arquitectónicas para que la ciudad pudiera acoger mejor a los peregrinos. Entre las obras se cuenta incluso un puente, llamado Sixto, construido para facilitar el movimiento de los fieles.


1500: Se abre en San Pedro la Puerta Santa

Ocho años atrás había sido descubierto el continente Americano: el Año Santo del 1500 representa por lo tanto un momento de paso no solamente hacia un nuevo siglo, sino también hacia un mundo más vasto. Alejandro VI, el 24 de diciembre de 1499, inauguró solemnemente el Jubileo y añadió un nuevo rito: la apertura de una Puerta Santa en la Basílica de San Pedro a la que, desde entonces, fue adjudicado el papel tradicional que la puerta áurea de San Juan de Letrán, había desempeñado por siglos. El Papa quiso, además, que la apertura de las Puertas Santas se realizara en cada una de las cuatro basílicas mayores establecidas para la visita jubilar. Desde aquel momento la apertura de la Puerta Santa y el paso a través de ella, se convirtió en uno de los actos más importantes del Año Santo. Fue también inaugurado un nuevo camino denominado Alejandrino, que unía el Castillo del Santo Angel con la Basílica de San Pedro.


1525: El Jubileo de la crisis religiosa en Europa

Clemente VII abrió la Puerta Santa de este Jubileo en un tiempo de conflictos religiosos y políticos. En efecto, estaba en pleno apogeo la crisis religiosa, iniciada con Martín Lutero en Alemania el año 1517. El monje agustino había puesto en discusión entre otras cosas el mismo principio de las indulgencias. Se ponía así en tela de juicio uno de los fundamentos del Año Santo. Por otra parte, desde muchas partes se solicitaba una reforma de la Iglesia. También en el campo político las dificultades eran enormes: el conflicto entre Carlos V y Francisco I inició la primera gran fractura política de la época moderna en Europa. También la Iglesia pagó las consecuencias. Dos años después del Año Santo, Roma fue invadida y saqueada, por las tropas imperiales de Carlos V. El Jubileo fue, sin embargo, convocado regularmente, y la Puerta Santa abierta en un clima de agitación.


1550: El Jubileo en el tiempo del Concilio de Trento

Los Papas de este Jubileo son dos: Pablo III y Julio III. El primero de ellos trabajó en la preparación hasta su muerte en el año 1549, después de haber encontrado la ciudad de Roma, todavía desgarrada a causa del saqueo de 1527 y luego de haberse iniciado la reforma de la Iglesia católica con el Concilio de Trento. Julio III lo celebró a partir de febrero del año 1550, fecha de su elección. Por este retraso inicial, el Año Santo fue prolongado hasta la Epifanía sucesiva. Este Jubileo fue una ocasión propicia para realizar la renovación de la vida religiosa que habría encontrado su plena manifestación en el Concilio de Trento. El esfuerzo de los romanos, en la acogida a los peregrinos fue muy grande, especialmente con los peregrinos más pobres.


1575: San Felipe Neri organiza la acogida de los peregrinos

Es el primer Jubileo después del Concilio de Trento. Roma se preparó para el acontecimiento con particular esmero y austeridad. Ya desde 1573, a los dueños de hosterías y hoteles se les ordenó que no subieran los precios. Fueron construidas nuevas calles para facilitar el recorrido de los peregrinos; entre ellas la Avenida Merulana que une San Juan de Letrán con Sta. María la Mayor. En la vigilia del Año Santo, el Papa Gregorio XIII pidió a los Cardenales un nuevo estilo de vida para dar ejemplo a los fieles. Entre los cardenales presentes en Roma estuvo el gran arzobispo de Milán, Carlos Borromeo. El Jubileo se caracterizó por la presencia de nuevas asociaciones seglares y religiosas, entre ellas la Cofradía de la Santísima Trinidad de los Peregrinos y Convalecientes, fundada de San Felipe Neri. Esta institución organizó la hospitalidad de los peregrinos aún en los más mínimos detalles.


1600: Una gran participación de peregrinos

"Avisos de Roma", un diario urbano de la época, refirió que el Año Santo del 1600 fue uno de los que tuvo mas éxito tanto por la gran participación de fieles, como por la especial devoción de los peregrinos. Dos son las razones: el hecho de que la Iglesia católica comienza a recoger los frutos del Concilio de Trento y el clima de distensión que vivía Europa, después de tantos años de guerras y de divisiones. En Roma las instituciones de hospitalidad, creadas por las diversas Cofradías, desempeñaron un papel determinante, para resolver el problema del alojamiento y alimentación de la gran mayoría de los peregrinos, que eran pobres y no podían acceder a las estructuras normales de hospedaje.


1625 : El Jubileo es también para los enfermos y prisioneros

El Año Santo se abrió entre los "rumores" de la guerra de los Treinta Años que estalló en el año 1618. Urbano VIII promulgó un edicto para prohibir a todas las personas llevar armas y provocar actos de violencia en Roma. Una epidemia de peste se difundió en algunas regiones del Sur de Italia y el Papa, para evitar que la misma se extendiera a Roma, resolvió sustituir la visita a la Basílica de San Pablo extramuros, por la de Santa María en Trastévere. Por primera vez los efectos espirituales del Jubileo fueron extendidos a quienes, por razones de salud o de reclusión, no podían llegar a Roma. Es una importante innovación que modifica en profundidad el concepto inspirador de esta indulgencia que, originalmente, estaba asociada al viaje a Roma.


1650: Para el Año Santo se restaura la Catedral de Roma

Este Jubileo se abrió, a diferencia del precedente, en una época de paz relativa: había terminado la guerra de los Treinta Años que había devastado Europa. Inocente X inicia, en presencia de una gran muchedumbre de peregrinos, el Año Santo en la Basílica de San Pedro, que para la ocasión había sido renovada por dentro,. Uno de los hechos más relevantes de la celebración jubilar fue la restauración, deseada por el Papa, de la entonces derruida Catedral de Roma, San Juan de Letrán que, según algunos estudiosos, fue "vestida" por Borromini como una blanca esposa. El Papa aprovechó la ocasión de la restauración de su sede episcopal para manifestar el propósito de pacificación universal de la Iglesia. Inocente X había trabajado, en efecto, por la pacificación de Europa durante la larga guerra de los Treinta Años. Con la restauración de la Catedral, intentó consolidar el prestigio de la iglesia, y subrayar su posición neutral con respecto a las grandes potencias europeas.


1675: La columnata de Bernini acoge por primera vez los peregrinos

El Jubileo acogió por primera vez a los peregrinos dentro de la columnata de la Plaza San Pedro, realizada por Bernini. Los brazos extendidos la columnata son el símbolo más cabal de la nueva disposición de la ciudad hacia la muchedumbre de peregrinos que la visitan cada Año Santo. En la vigilia del Jubileo, Clemente X canoniza la primera santa de América del Sur, Rosa de Lima. Después erige la primera diócesis de América del Norte, la de Quebec. El Jueves Santo, el Papa se dirige a la sede de la Cofradía de los Peregrinos para lavar los pies a doce pobres y hace servir una cena para diez mil personas. La reina Cristina de Suecia participa, en el mismo lugar, del "lavatorio de los pies" de las peregrinas.


1700: El Jubileo en el siglo de las "luces"

Inicia un nuevo siglo, denominado "de las luces", fundamentado en la cultura de la "razón". El Jubileo fue abierto por Inocencio XII que muere antes de que termine el año. Por primera vez un Año Santo es alterado por la muerte del Papa. Le sucede Clemente XI. Muchos ilustres peregrinos llegan a Roma para el acontecimiento jubilar. Entre estos la reina polaca María Cristina, viuda de Juan III Sobieski, que entra descalza en San Pedro y vestida de penitente visita las iglesias romanas. Un viajero inglés, a propósito de la devoción de los peregrinos escribe: "La muchedumbre sigue pasando de rodillas la Puerta Santa de San Pedro con tal afluencia que no he podido todavía abrirme camino para entrar".


1725: El Año Santo del rescate de los esclavos

El Jubileo quedó fuertemente marcado por la personalidad de Benedicto XIII, que convocó un Sínodo en la provincia romana y estableció una serie de normas para la preparación espiritual del evento. Los romanos vieron al Papa recorrer las calles de la ciudad sobre humildes carrozas, salmodiar con devoción durante el trayecto y transcurrir jornadas enteras en oración en la Iglesia de Santa María sobre Minerva, a cargo de los Dominicos, orden a la que había pertenecido. El Papa quiso que se realizara una esmerada predicación en las diversas iglesias de Roma y, con este objetivo, hizo llamar los más famosos predicadores del tiempo. Un hecho significativo fue la acogida reservada por los Padres Mercedarios a 370 esclavos rescatados para el Año Santo. Para el Jubileo fue inaugurada la estupenda escalinata de la Trinidad de los Montes en la Plaza de España.


1750: El Año Santo de los predicadores y de la cruz en el Coliseo

En la Bula de convocación del Jubileo, Peregrinantes a Domino, Benito XIV destacó la necesidad de hacer penitencia para que el Año sea verdaderamente "Santo": Año de edificación y no de escándalo. El Papa recordó el valor de la peregrinación como superación de las dimensiones cotidianas de pecado. El Jubileo tuvo así, una fuerte característica espiritual. Uno de los predicadores más escuchados fue Leonardo de Puerto Mauricio, un franciscano reformado: a sus predicaciones en Plaza Navona, asistió también el Papa. El Padre Leonardo erigió en Roma durante el Año Santo, 572 cruces y la más célebre fue la que se levantó en el Coliseo, que se venera hasta nuestros días.


1775: El Jubileo más breve de la historia

Por primera vez la Bula de convocación del Jubileo se hace en idioma italiano: "L’Autore della nostra vita". Pío VI, en febrero apenas elegido, abrió la Puerta Santa en San Pedro para el Jubileo más breve de la historia. La preparación fue realizada por su predecesor, Clemente XIV, con un ciclo de predicaciones, procesiones y misiones en algunas plazas romanas. Las misiones respondían a una exigencia: la de preparar la ciudad para el Año Santo. Fueron realizadas también algunas obras públicas, entre ellas la restauración de los hospitales Espíritu Santo y San Juan. El Jubileo del año 1775 es recordado también por la presencia de un numeroso grupo de Patriarcas y Obispos católicos de rito oriental.


1800: El Jubileo no se celebra: La Puerta Santa está inmersa en el sufrimiento de la historia

El Jubileo del nuevo siglo no se celebró a causa de los profundos cambios que involucraron el continente europeo después de la Revolución Francesa. En el año 1797 las tropas francesas ocuparon Roma y la ciudad se transformó en el centro de la República Romana. El Papa Pío VI que debería haberlo convocado, murió desterrado en el año 1799. El año que debía haber sido jubilar transcurrió entre la ausencia forzada del Papa de Roma, las difíciles condiciones políticas generales y la incertidumbre que caracteriza los tiempos de guerra. Todos estos factores impidieron a Pío VII celebrar el Año Santo, incluso con retraso.


1825: El único Jubileo del siglo XIX, se celebra en medio de dificultades

El del año 1825 es el único Jubileo celebrado en el siglo XIX. Las cancillerías europeas del período de la Restauración miraban con mucha preocupación la convocación del Jubileo por el notable movimiento de personas que habría provocado. En un tiempo de revoluciones liberales y de conspiraciones, cada viajero era considerado sospechoso, las fronteras están cerradas, los caminos vigilados, las posadas desaparecieron. Sin embargo, León XII lo quiso, lo organizó y celebró. En la Bula de convocación hace referencia a las dificultades, pero al mismo tiempo pone la celebración jubilar bajo el signo de la alegría. Una de las novedades fue que se concedía la indulgencia a quienes veneraran uno de los iconos más antiguos del mundo, el de la Virgen de la Clemencia, del siglo VII, conservado en la Basílica de Sta. María en Trastévere.


1850: El Jubileo no se convoca porque el Papa está ausente de Roma

El Jubileo correspondiente a esta fecha no fue convocado, ni celebrado. Pío IX estaba desterrado desde hacía un tiempo y regresó a Roma en abril del año 1850, demasiado tarde para convocar el Año Santo. El alejamiento del Papa de Roma era consecuencia del amplio fenómeno de agitación general que acosaba la ciudad y los Estados Pontificios a partir del año 1848. Eran los presagios de la llamada cuestión romana, en la que se ponía en discusión el poder temporal del Papa. Este Jubileo fallido planteaba una pregunta a Pío IX y a sus sucesores: ¿Sería posible en el futuro otra celebración jubilar si se ponía en discusión el poder temporal del Papa?


1875: La Puerta Santa permanece cerrada

Roma se había convertido en capital de Italia desde hacía unos años. El Papa que había perdido el poder temporal sobre la ciudad y los Estados Pontificios, decidió quedarse en Roma encerrándose en el Vaticano, declarándose "prisionero del rey". La Puerta Santa de San Pedro quedó nuevamente cerrada, como en el año 1850. Pío IX, consideró que no se daban las condiciones para una celebración normal del acontecimiento, pero quiso de todos modos convocarlo de manera nueva con respecto al pasado. El Papa extendió el Jubileo a todo el mundo católico y lo celebró en Roma en forma reducida inaugurándolo en la Basílica de San Pedro con la única presencia del clero romano y sin la apertura de la Puerta Santa. Fue por lo tanto un Jubileo, a "puertas cerradas".


1900: La Puerta Santa se abre nuevamente en un clima de reconciliación

El nuevo siglo que empieza, celebra el renacimiento del Jubileo. Después de setenta y cinco años se abrió de nuevo la Puerta Santa. León XIII, el 24 de diciembre de 1899, pudo inaugurar el primer Año Santo después del fin del poder temporal del Papa. León XIII, que se había pronunciado sobre una de las cuestiones centrales del tiempo, la social, con la histórica Encíclica Rerum novarum, consideraba también necesario redimensionar la imagen de la Iglesia y del pontificado romano. El Jubileo le ofrecía la ocasión. La preparación logística y la organización fueron apoyadas también, por primera vez, por el gobierno italiano. La apertura de la Puerta Santa se realizó con solemnidad y también en un clima de reconciliación y fiesta. Roma se llenó en esa ocasión, de peregrinos procedentes de todas las partes del mundo.


1925: "El Año Santo de la pacificación y de la paz"

Es la definición del Jubileo del año 1925 convocado por Pío XI en un clima de renovada distensión entre la Iglesia y el Estado Italiano. La prensa italiana concedió amplio espacio al evento, poniendo así en evidencia el nuevo clima de paz que se había instaurado en Roma. Pío XI dio al Jubileo un carácter eminentemente misionero, ya que las misiones constituyeron uno de los grandes temas de su pontificado. A él se debe la consagración de los primeros obispos chinos. El año jubilar fue también coronado por una serie de solemnes ceremonias religiosas, entre las cuales las más significativas fueron algunas canonizaciones: la de Teresa del Niño Jesús, la del Cura de Ars y de Juan Eudes. La participación de los peregrinos fue impresionante. De hecho aquel año llegaron a Roma más de medio millón de personas.


1933: El Año Santo extraordinario de la Redención

El 24 de diciembre de 1932, Pío XI anunció, sorprendiendo a todos, la convocación de un Año Santo extraordinario para 1933: el de la Redención. Después de haber instituido la fiesta de Cristo Rey y de haber consagrado la humanidad al Sagrado Corazón de Jesús, en la vigilia del centenario de la muerte de Cristo el Papa anunciaba el Año Santo de la Redención. Los tiempos litúrgicos de este Jubileo fueron diversos de los anteriores. En efecto, la apertura de la Puerta Santa fue fijada para el Domingo de Pasión (y no la noche de Navidad), y la clausura para el Lunes de Pasión del año sucesivo. Pío XI creó así un gran acontecimiento religioso centrado en la figura de Cristo Redentor. Este Jubileo fue la primera ocasión, después del fin del poder temporal, en el que algunas celebraciones presididas por el Papa se realizaron fuera de la Basílica de San Pedro.


1950: El Jubileo "del gran retorno y del gran perdón"

Pío XII abrió el Año Santo en un horizonte cargado de tensiones y con las heridas de la segunda guerra mundial todavía no cicatrizadas. Un mensaje de paz subyace en el Jubileo del año 1950. Es el año del "gran retorno y del gran perdón" de todos los hombres, también de los más alejados de la fe cristiana. Europa estaba dividida en dos partes y los católicos del Este no podían ir a Roma. No obstante estas dificultades, la participación de los peregrinos fue extraordinaria y la audiencia con el Papa, a partir de este Jubileo, entró a formar parte integrante de la vida de los fieles. Videre Petrum pasó a ser el objetivo de muchos. Durante el año jubilar Pío XII proclamó el dogma de la Asunción de María, en la Plaza San Pedro en presencia de casi quinientos mil fieles y 622 obispos. Otro aspecto significativo fue el espectáculo ofrecido por la presencia de los peregrinos. Su ejemplo fue definido: "la mejor predicación de este siglo".


1975: El Jubileo de la reconciliación y de la alegría

"¿Tiene todavía sentido la celebración del Jubileo?". Esta era una pregunta frecuente entre los católicos del inmediato posconcilio. Después del Vaticano II una celebración jubilar, a muchos les parecía anacrónica, ligada a una idea de cristiandad medieval. El Papa Pablo VI sentía estos problemas, pero decidió no interrumpir la tradición de los Jubileos. El Papa vio el Año Santo como una oportunidad de renovación interior del hombre. Con ocasión de este Jubileo escribió la Exhortación Apostólica Gaudete in Domino, con la intención de poner las celebraciones jubilares bajo el signo de la alegría. Los tres puntos fundamentales de este Año Santo fueron: la alegría, la renovación interior y la reconciliación. Un observador seglar de la historia de la Iglesia escribió a propósito del Jubileo del año 1975: "Fue un gran éxito".


1983: El Jubileo de la Redención prepara el Año Santo del 2000

"¡Abran las puertas al Redentor!". Con estas palabras Juan Pablo II introdujo la Bula que, el 6 de enero de 1983, convocaba el Jubileo de la Redención. El motivo de este Año Santo extraordinario fue el 1950 aniversario de la muerte de Jesús que el Papa entendía celebrar en continuidad con el Jubileo extraordinario de 1933 y en vista del Jubileo del Jubileo del año 2000. Es decir, como una anticipación del Jubileo de este fin de milenio. El Jubileo extraordinario tuvo la función "de llevar a cabo una digna preparación para el "Año Santo del 2000".

2000: El Gran Jubileo
Fue un acontecimiento en la Iglesia católica que tuvo lugar entre la Nochebuena (24 de diciembre) de 1999 y la Epifanía (6 de enero) de 2001.  Proclamado por el Papa san Juan Pablo II, quien el 10 de noviembre de 1994 publicó su carta apostólica Tertio Millennio Adveniente. En ella se invitó a la Iglesia a comenzar un período de tres años de intensiva preparación para la celebración del tercer milenio cristiano, donde 1997 estaría marcado por la exploración de la figura de Cristo, 1998 por la meditación de la persona del Espíritu Santo, y 1999 por la meditación en la figura de Dios Padre. Al igual que otros años jubilares anteriores, fue una celebración por la misericordia de Dios y el perdón de los pecados. La principal innovación de este Jubileo fue la adición de muchos "jubileos particulares", celebrados simultáneamente en Roma, Israel y otras partes del mundo.



2016: Año Santo de la Misericordia
"Queridos hermanos y hermanas, he pensado frecuentemente en cómo la Iglesia pueda hacer más evidente su misión de ser testigo de su misericordia. Es un camino que inicia con una conversión espiritual. Y tenemos que andar este camino. Por eso, he decidido llamar un Jubileo extraordinario que tenga en el centro la misericordia de Dios. Será un Año Santo de la Misericordia. Lo queremos vivir a la luz de la palabra del Señor: “Sean misericordiosos como el Padre” (cfr Lc 6,36). Y esto especialmente para los confesores, ¿eh? ¡Tanta misericordia!
Este Año Santo iniciará en la próxima solemnidad de la Inmaculada Concepción y concluirá el 20 de noviembre de 2016, domingo de Nuestro Señor Jesucristo Rey del universo y rostro vivo de la misericordia del Padre. Confío la organización de este Jubileo al Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización, para que pueda animarlo como una nueva etapa del camino de la Iglesia en su misión de llevar a cada persona el Evangelio de la misericordia.
Estoy convencido que toda la Iglesia, que tiene tanta necesidad de recibir misericordia, porque somos pecadores, podrá encontrar en este Jubileo la alegría para redescubrir y hacer más fecunda la misericordia de Dios, con la cual todos estamos llamados a dar consolación a cada hombre y a cada mujer de nuestro tiempo. No olvidemos que Dios perdona todo, y Dios perdona siempre. No nos cansemos de pedir perdón. Confiemos este año desde ahora a la Madre de la Misericordia, para que dirija a nosotros su mirada y vele sobre nuestro camino: Nuestro camino penitencial, nuestro camino con el corazón abierto, durante un año a recibir la indulgencia de Dios, a recibir la misericordia de Dios". Papa Francisco, 13 marzo 2015

miércoles, 9 de diciembre de 2015

INDULGENCIAS EN EL AÑO DE LA MISERICORDIA


Indulgencias en el Año de la Misericordia



En su carta dada por el Año de la Misericordia, el Papa Francisco explicó las formas en las que los fieles podrán obtener la indulgencia durante este jubileo; ya sea en Roma, en cualquier lugar del mundo e incluso en las cárceles. El Santo Padre también explica el modo en el que deben proceder los enfermos y ancianos para obtener esta gracia.

1.- Los fieles “están llamados a realizar una breve peregrinación hacia la Puerta Santa, abierta en cada catedral o en las iglesias establecidas por el obispo diocesano y en las cuatro basílicas papales en Roma, como signo del deseo profundo de auténtica conversión”.

2.- “Igualmente dispongo que se pueda ganar la indulgencia en los santuarios donde se abra la Puerta de la Misericordia y en las iglesias que tradicionalmente se identifican como Jubilares. Es importante que este momento esté unido, ante todo, al Sacramento de la Reconciliación y a la celebración de la Santa Eucaristía con un reflexión sobre la misericordia”.

“Será necesario acompañar estas celebraciones con la profesión de fe y con la oración por mí y por las intenciones que llevo en el corazón para el bien de la Iglesia y de todo el mundo”.

3.-  Cada vez que un fiel realice personalmente una o más las obras de misericordia corporales y espirituales “obtendrá ciertamente la indulgencia jubilar”.

“De aquí el compromiso a vivir en la misericordia para obtener la gracia del perdón completo y total por el poder del amor del Padre que no excluye a nadie. Será, por lo tanto, una indulgencia jubilar plena, fruto del acontecimiento mismo que se celebra y se vive con fe, esperanza y caridad”.

4.-  “Será de gran ayuda vivir la enfermedad y el sufrimiento como experiencia de cercanía al Señor que en el misterio de su pasión, muerte y resurrección indica la vía maestra para dar sentido al dolor y a la soledad”.

“Vivir con fe y gozosa esperanza este momento de prueba, recibiendo la comunión o participando en la Santa Misa y en la oración comunitaria, también a través de los diversos medios de comunicación, será para ellos el modo de obtener la indulgencia jubilar”.

5.-  “Los presos en las capillas de las cárceles podrán ganar la indulgencia, y cada vez que atraviesen la puerta de su celda, dirigiendo su pensamiento y la oración al Padre, pueda este gesto ser para ellos el paso de la Puerta Santa, porque la misericordia de Dios, capaz de convertir los corazones, es también capaz de convertir las rejas en experiencia de libertad”.

6.- “Los fieles difuntos de igual modo que los recordamos en la celebración eucarística, también podemos, en el gran misterio de la comunión de los santos, rezar por ellos para que el rostro misericordioso del Padre los libere de todo residuo de culpa y pueda abrazarlos en la bienaventuranza que no tiene fin”.

Nota: En cualquiera de los casos que se mencionan para obtener la indulgencia se debe cumplir primeramente con las condiciones habituales: confesión sacramental, comunión eucarística y oración por las intenciones del Santo Padre.



Fuente: Aciprensa

ENTRAR POR LA PUERTA PARA DESCUBRIR LA MISERICORDIA DEL PADRE


Entrar por la Puerta para descubrir la Misericordia del Padre
Homilía del Papa Francisco en la Santa Misa de la fiesta de la Inmaculada Concepción, antes de la solemne Apertura de la Puerta Santa. 8 diciembre 2015


Por: Papa Francisco | Fuente: es.radiovaticana.va 




“La fiesta de la Inmaculada Concepción expresa la grandeza del amor Dios”. Lo afirmó el Papa Francisco durante su homilía de la Solemne Santa Misa que presidió a las 9.30 en una Plaza de San Pedro, bañada por una tenue lluvia y ante notables medidas de seguridad, que sin embargo, no impidieron que los fieles y peregrinos de numerosos países asistieran, con entusiasmo y agradecimiento, para rezar junto al Obispo de Roma antes de la solemne Apertura de la Puerta Santa.

El Papa Bergoglio reafirmó que Dios “no es sólo quien perdona el pecado, sino que en María llega a prevenir la culpa original que todo hombre lleva en sí cuando viene a este mundo”. Por esta razón – dijo – es “el amor de Dios el que previene, anticipa y salva”. Porque si “todo quedase relegado al pecado seríamos los más desesperados entre las criaturas, mientras que la promesa de la victoria del amor  de Cristo integra todo en la misericordia del Padre”.

“Este Año Santo Extraordinario es también un don de gracia” – añadió el Santo Padre – a la vez que explicó que “entrar por la Puerta significa descubrir la profundidad de la Misericordia del Padre que acoge a todos y sale personalmente al encuentro de cada uno”.

Nuevo tiempo

Entre los conceptos de este nuevo tiempo el Pontífice dijo que “será un año para crecer en la convicción de la Misericordia”, más allá de todas las ofensas contra Dios y su gracia cuando se afirma, sobre todo, que los pecados son castigados por su juicio, en vez de anteponer que son perdonados por su Misericordia. De ahí que haya reafirmado la necesidad de “anteponer la Misericordia al juicio”, puesto que “el juicio de Dios será siempre a la luz de su Misericordia”.



Cruzar la Puerta Santa nos hace sentir partícipes de este misterio de amor

Francisco invitó a abandonar “toda forma de miedo y temor”, porque no es propio de quien es amado, y a vivir “la alegría del encuentro con la gracia que lo transforma todo”. Y afirmó, una vez más, que “entrar por la puerta significa descubrir la profundidad de la Misericordia del Padre que acoge a todos y sale personalmente al encuentro de cada uno”.

El Papa recordó en esta ocasión aquella otra Puerta, que hace cincuenta años los Padres del Concilio Vaticano II abrieron hacia el mundo. Porque esta fecha no puede ser recordada sólo por la riqueza de los documentos producidos, que hasta el día de hoy permiten verificar el gran progreso realizado en la fe. Y destacó ante todo que el Concilio fue un encuentro. Un verdadero encuentro entre la Iglesia y los hombres de nuestro tiempo. Un encuentro marcado por el poder del Espíritu que impulsa a la Iglesia a salir de los escollos que durante muchos años la habían recluido en sí misma, para retomar con entusiasmo el camino misionero.

De modo que el Jubileo nos “obliga a no descuidar el espíritu que surgió en el Vaticano II, el del samaritano, tal como lo recordó el beato Pablo VI en la Conclusión del Concilio. Y concluyó afirmando: “Cruzar hoy la Puerta Santa nos compromete a hacer nuestra la misericordia del Buen Samaritano”.

(María Fernanda Bernasconi - RV)

Homilía del Santo Padre Francisco:

Dentro de poco tendré la alegría de abrir la Puerta Santa de la Misericordia. Cumplimos este gesto como he hecho en Bangui, tan sencillo como fuertemente simbólico, a la luz de la Palabra de Dios que hemos escuchado, y que pone en primer plano el primado de la gracia. En efecto, lo que se repite más veces en estas lecturas evoca aquella expresión que el ángel Gabriel dirigió a una joven muchacha, sorprendida y turbada, indicando el misterio que la envolvería: «Alégrate, llena de gracia» (Lc 1, 28).

La Virgen María es llamada en primer lugar a regocijarse por todo lo que el Señor ha hecho en ella. La gracia de Dios la ha envuelto, haciéndola digna de convertirse en la madre de Cristo. Cuando Gabriel entra en su casa, hasta el misterio más profundo, que va más más allá de la capacidad de la razón, se convierte para ella un motivo de alegría, motivo de fe, motivo de abandono a la palabra que se revela. La plenitud de la gracia puede transformar el corazón, y lo hace capaz de realizar un acto tan grande que puede cambiar la historia de la humanidad.

La fiesta de la Inmaculada Concepción expresa la grandeza del amor Dios. Él no es sólo quien perdona el pecado, sino que en María llega a prevenir la culpa original que todo hombre lleva en sí cuando viene a este mundo. Es el amor de Dios el que previene, anticipa y salva. El inicio de la historia del pecado en el Jardín del Edén se resuelve en el proyecto de un amor que salva. Las palabras del Génesis llevan a la experiencia cotidiana que descubrimos en nuestra existencia personal. Siempre existe la tentación de la desobediencia, que se expresa en el deseo de organizar nuestra vida independientemente de la voluntad de Dios. Es esta la enemistad que insidia continuamente la vida de los hombres para oponerlos al diseño de Dios.

Y, sin embargo, la historia del pecado solamente se puede comprender a la luz del amor que perdona. El pecado sólo se comprende bajo esta luz. Si todo quedase relegado al pecado, seríamos los más desesperados entre las criaturas, mientras que la promesa de la victoria del amor de Cristo integra todo en la misericordia del Padre. La palabra de Dios que hemos escuchado no deja lugar a dudas a este propósito. La Virgen Inmaculada es ante nosotros testigo privilegiada de esta promesa y de su cumplimiento.

Este Año Extraordinario es también un don de gracia. Entrar por la puerta significa descubrir la profundidad de la misericordia del Padre que acoge a todos y sale personalmente al encuentro de cada uno. ¡Es Él quien nos busca! ¡Él quien sale a nuestro encuentro! Será un año para crecer en la convicción de la misericordia. Cuánta ofensa se le hace a Dios y a su gracia cuando se afirma sobre todo que los pecados son castigados por su juicio, en vez de anteponer que son perdonados por su misericordia (cf. san Agustín, De praedestinatione sanctorum 12, 24) Sí, es precisamente así. Debemos anteponer la misericordia al juicio y, en todo caso, el juicio de Dios será siempre a la luz de su misericordia. Atravesar la Puerta Santa, por lo tanto, nos hace sentir partícipes de este misterio de amor, de ternura. Abandonemos toda forma de miedo y temor, porque no es propio de quien es amado; vivamos, más bien, la alegría del encuentro con la gracia que lo transforma todo.

Hoy, aquí en Roma y en todas las diócesis del mundo, cruzando la Puerta Santa queremos también recordar otra puerta que, hace cincuenta años, los Padres del Concilio abrieron hacia el mundo. Esta fecha no puede ser recordada sólo por la riqueza de los documentos producidos, que hasta el día de hoy permiten verificar el gran progreso realizado en la fe. En primer lugar, sin embargo, el Concilio fue un encuentro. Un verdadero encuentro entre la Iglesia y los hombres de nuestro tiempo. Un encuentro marcado por el poder del Espíritu que empujaba a la Iglesia a salir de los escollos que durante muchos años la habían recluido en sí misma, para retomar con entusiasmo el camino misionero. Era un volver a tomar el camino para ir al encuentro de cada hombre allí donde vive: en su ciudad, en su casa, en el trabajo...; donde hay una persona, allí está llamada la Iglesia a ir para llevar la alegría del Evangelio y llevar la Misericordia y el perdón de Dios. Un impulso misionero, por lo tanto, que después de estas décadas seguimos retomando con la misma fuerza y el mismo entusiasmo.

El jubileo nos provoca esta apertura y nos obliga a no descuidar el espíritu surgido en el Vaticano II, el del samaritano, como recordó el beato Pablo VI en la Conclusión del concilio. Cruzar hoy la Puerta Santa nos compromete a hacer nuestra la misericordia del Buen Samaritano.
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